Cómo la música salvó mi vida y mi mente.

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Siempre había oído que la música tenía poderes sanadores, aunque lo cierto es que yo jamás imaginaba que podía llegar a ser verdad; para mi sorpresa, sí lo fue. La música se convirtió en mi auténtico salvavidas durante los momentos más oscuros.

No quiero sonar melodramática, pero mi vida parecía una película en blanco y negro, con días monótonos que se extendían sin un rumbo claro. Todo empezó a cambiar el día en el que, casi por casualidad, descubrí el poder transformador de la música.

Si te sientes identificado con lo que te estoy contando, te recomiendo acompañarme a través de la lectura de esta historia… Descubrirás conmigo que de todo lo malo se puede salir, y que, además, recursos tan sencillos como la música pueden ayudarte a encontrar un propósito y a sentir que la luz entra de nuevo en tu vida, como me pasó a mí.

La música como refugio.

Recuerdo que mi adolescencia estuvo marcada por la ansiedad. Mis pensamientos iban a mil por hora, como un torrente incontrolable, y cada vez que las cosas se ponían demasiado difíciles, mi forma de lidiar con todo era encerrarme en mi habitación.

Aislarme era una solución más que válida: “Así no tendría que dar explicaciones o exteriorizar la oscuridad que llevaba dentro”, pensaba. Sin embargo, este comportamiento tóxico me acompañó hasta mi adultez atacándome de una forma inesperada.

Siempre sentí que esa época acabaría, y que, con ella, moriría toda la ansiedad, pero no fue así. El hecho de no afrontar los problemas e interiorizar todo el dolor solo me condujo a desarrollar una personalidad compleja y autodestructiva que me perseguía cuando ya era toda una mujer. De este modo, cuando había un problema, tendía a aislarme en mi casa ignorando todo estímulo o ayuda exterior.

Sin embargo, sentía que la cosa iba a peor… Ya no se trataban de problemas banales de una adolescente; el trabajo, la familia y la presión social no se irían sin más tras acostarme a llorar en mi cama, como hacían antes. Necesitaba algo más fuerte, y cada vez era peor.

En ese oscuro periplo, e imitando la acción de encerrarme entre cuatro paredes, empecé a buscar algo que me hiciera sentir mejor. No sabía muy bien qué buscaba, pero estaba segura de que terminaría encontrando algo que me ayudara a desconectar de aquella maraña de emociones. Fue entonces cuando, durante una de esas escapadas a mi recurrente refugio, encontré un viejo teclado que mis padres habían guardado en el trastero.

El teclado estaba polvoriento, con algunas teclas desgastadas, pero no me importó. No sabía ni por dónde empezar; nunca había estudiado música ni tenido la intención de hacerlo. Aun así, algo me impulsó a tocarlo. Mi primer intento fue desastroso, por supuesto. Las notas no tenían ni ritmo ni armonía, pero, curiosamente, ese primer contacto ya me calmó un poco.

Poco a poco, fui dedicándole más tiempo al teclado. No buscaba aprender una pieza famosa ni ser virtuosa… Tan solo quería sentir ese alivio que llegaba cuando mis dedos se deslizaban por las teclas. Era como si cada nota que lograba arrancar silenciara los gritos internos que no me dejaban en paz, y ahí fue cuando empecé a sentir el verdadero y conocidísimo poder sanador de la música.

El impacto emocional de la música.

Lo que más me impresionó fue darme cuenta de cómo la música tenía el poder de transformar mi estado de ánimo. Había días en los que, simplemente, sentarme frente al teclado y tocar cualquier cosa me ayudaba a soltar lágrimas que llevaba mucho tiempo reprimiendo. Otras veces, las melodías que creaba eran como pequeñas conversaciones conmigo misma, como si cada nota fuese capaz de expresar emociones que ni siquiera sabía que estaban ahí.

Con el tiempo, entendí que no se trataba solo de tocar por tocar: había algo profundo y mágico en la música, una conexión que iba más allá de lo que podía comprender en ese momento.

Lo que empezó como un simple pasatiempo para calmarme se convirtió en una especie de terapia personal.

Descubriendo la enseñanza musical.

Durante mucho tiempo, mi aprendizaje fue autodidacta. Gracias a tutoriales de YouTube y partituras descargadas de internet, conseguí avanzar más de lo que nunca imaginé, pero llegó un punto en el que me di cuenta de que necesitaba algo más.

Aprender por mi cuenta estaba bien, pero sentía que me estaba perdiendo algo importante: el contexto, la técnica, y, sobre todo, una guía que me ayudara a llevar mi experiencia a un nivel más profundo.

Fue entonces cuando mis seres queridos, quienes estaban motivados a ayudarme con mi inspiración, me recomendaron contactar con Piccolo Bétera, y lo primero que pensé fue “¿Por qué no contactar con cualquiera?” hasta que luego lo comprendí: estos profesionales contaban con su propio equipo de psicólogos especializados y un departamento de investigación dedicado a la enseñanza musical. En pocas palabras, además de enseñarme a tocar un instrumento, entendían cómo la música podría ser una herramienta para el desarrollo personal y emocional. Y claro, tenía sentido, ya que yo no había empezado a interesarme por la música tan solo por pura curiosidad, sino para aprender a lidiar con mis emociones en mis momentos más oscuros.

Entonces, empecé mis primeros pasos en la carrera musical. Mi experiencia hasta ese momento había sido muy personal y emocional, pero me ayudaron a darle estructura a todo lo que había aprendido de forma intuitiva y empática.

El impacto del enfoque integral.

Seguramente os estaréis preguntando “¿Qué pasó después?” y lo cierto es, que además de mucho trabajo y esfuerzo, saqué en clave varios aspectos que quiero compartir con todo aquel que use la música como terapia personal.

Uno de los momentos más reveladores fue una sesión en la que hablamos sobre cómo ciertas frecuencias y patrones rítmicos pueden influir en el estado de ánimo. Aprendí que no era casualidad que tocar el teclado me ayudara a calmar mi ansiedad; había una base científica detrás de todo ello, y este tipo de descubrimientos hicieron que mi relación con la música se volviera aún más rica.

Tras comprender un poco más mis sentimientos, empecé a dar mis primeros pasos con mucha incertidumbre, y el primer obstáculo que ponía mi mente era el de salir de mi zona de confort ¡Y, además, era doble!

Primero, por tener que salir a exteriorizar mis sentimientos para poder tocar mejor, y el segundo, era tocar otros instrumentos. El teclado fue mi inicio, pero me di cuenta de que cualquier aparato que emitiera música, podía llegar a ser realmente inspirador.

Cada vez que aprendía algo nuevo, sentía mucha frustración y liberación a la vez. A veces, sentía ganas de abandonar, y me rondaba mucho la idea de que eso que estaba haciendo no tenía ningún sentido, ya que no buscaba dedicarme a la música, sino perfeccionar una técnica que me ayudaba a sentirme mejor. Fue entonces cuando empecé a cuestionarme las cosas… Pensaba “¿De verdad no quieres dedicarte a esto?”.

Fue entonces cuando lo decidí: lo que te inspira, también puede darte de comer ¡No es broma! Y en mi caso, además, era terapéutico, así que entrar en una academia de música fue un acierto más que evidente que me ayudó a descubrir más caminos que antes veía completamente inviables.

La música fue mi camino hacia el bienestar.

Hoy en día, miro atrás y no puedo evitar sentir un profundo agradecimiento por haber encontrado ese viejo teclado en el trastero. Si no hubiera sido por él, tal vez nunca habría descubierto el poder transformador de la música. Y si no hubiera sido por la decisión de entrar en una academia, probablemente no habría llegado a comprender que la música podía ser sanadora en todos los sentidos.

Ahora, la música no solo es mi refugio, sino también una parte fundamental de quién soy. Cada vez que toco, siento que estoy en control de mi mundo, aunque sea por unos minutos. Incluso me ha llevado a explorar otros instrumentos y géneros que nunca pensé que me gustarían.

Y a pesar de que la música no sea una solución mágica a todos los problemas, para mí, fue el principio de un camino hacia la sanación. Y creo firmemente que cualquiera puede encontrar algo similar, si se da la oportunidad.

Tú también puedes descubrir tu propia melodía.

No importa si nunca has tocado un instrumento o si sientes que no tienes talento musical: La música es un lenguaje universal que no discrimina; está ahí para todos, esperando a ser descubierta. Si alguna vez has sentido curiosidad, mi consejo es que lo intentes.

Recuerda que la mayoría de las veces, las mejores terapias no vienen en forma de palabras, sino de otras cosas que no esperamos, como la música. Y si necesitas una referencia ¡Aquí estoy! Yo soy la prueba viviente de que la música puede salvar vidas, así que, si tienes la oportunidad, dale una oportunidad a la música.

¡Podría ser el principio de algo increíble!

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