El alcohol. La droga socialmente aceptada.

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El consumo abusivo de alcohol es la segunda causa de morbilidad en Europa y la tercera en el mundo. Es decir, de sufrir complicaciones de salud que conducen a una discapacidad física y mental. Es una droga socialmente aceptada, no hay fiesta o festividad que no se asocie con beber alcohol. En algunas culturas es símbolo de masculinidad. Sin embargo, el alcoholismo es un corrosivo de un alcance que se conoce en pocas drogas.

El abuso de alcohol es una preocupación de salud pública. El Ministerio de Sanidad publicó una encuesta en el 2011 en el que estudiaba su presencia en la sociedad española. La edad de inicio en el que se empieza a beber alcohol son los 13 años, aunque la media en hombres se sitúa en los 17 y en las mujeres en los 18. Entre los jóvenes de 15 a 24 años, un 13,8% bebe alcohol diariamente, y un 38,3% lo hace al menos una vez por semana. El nivel de prevalencia, seguir consumiendo alcohol a lo largo de su vida, en los hombres, se sitúa en un 77% y en las mujeres en un 54%. Quien más alcohol consume habitualmente son personas de un poder adquisitivo alto y formación universitaria, aunque el consumo está generalizado en todos los fragmentos de la población, en los hombres se sitúa entre un 60 y 80%, y en mujeres entre un 35 y un 60.

La franja de edad en la que más alcohol se consume es de los 25 a los 35 años. Después se mantiene estable hasta los 65 y empieza a descender a partir de esa edad. Esto nos da una idea del nivel de aceptación social que tiene el alcohol en nuestro país. Donde no se ve con malos ojos un consumo diario de más de 30 gramos, lo que pasa a ser una cifra peligrosa. Esta tolerancia tiene su lado negativo, según la encuesta, un 1,7% de la población mayor de 15 años corre el riesgo de caer en el alcoholismo. En los hombres alcanza el 2%.

Efectos.

La comunidad médica coincide en que el alcohol es factor causal de más de 60 enfermedades y contribuye activamente al desarrollo de más de 200. Está directamente relacionado con la depresión, trastornos de bipolaridad, cirrosis hepática, pancreatitis, hipertensión y diversos tipos de cáncer. Según Sinopsis, un centro de tratamiento de adicciones en Girona, el abuso de alcohol provoca alteraciones en los neurotransmisores que genera cambios en la forma de sentir, pensar y actuar de la persona.

Un consumo de alcohol prolongado en el tiempo dificulta al individuo el control de su presión arterial, pudiendo acarrear problemas cardiacos. Daña al hígado y a las paredes del estómago; produce desnutrición, ya que actúa como inhibidor del apatito, daña las neuronas y afecta a la memoria y a la capacidad de razonamiento.

El alcohol desinhibe a la persona. Le libera de sus prejuicios sociales y personales. En algunos casos hace aflorar un comportamiento violento e irascible. Está detrás de muchos casos de maltrato y de agresión.

Cuando el sujeto se vuelve adicto, no solo afecta a su salud, también a su relación con los demás y su integración en la sociedad. Beber se ha convertido en el centro de su vida. Aguarda con impaciencia el momento de empezar, y continúa haciéndolo hasta perder el control. Termina desentendiendo sus responsabilidades. Es una fuente de absentismo laboral. Reduce el tiempo que dedica a sus seres queridos. Aunque reconozca que son importantes para él, en los hechos han pasado a ocupar un plano secundario.

Esta adición, como casi todas, desencadena una espiral de autodestrucción que salpica a su entorno más cercano. El adicto tiende a hacer daño a las personas más próximas. Su sola presencia le supone un freno psicológico para seguir bebiendo. Tiende a dañarlos emocionalmente y a separarlos de su lado. Aunque pase por momentos de culpabilidad y reconozca el daño hecho, su dependencia le hace tarde o temprano a reproducir el mismo comportamiento.

Diferencia entre el alcohólico y el bebedor habitual.

El alcohol está presente en la vida diaria. Un carajillo en el desayuno, una cerveza en el almuerzo, vino en las comidas, una copa después del café, más cervezas al terminar el trabajo y tragos largos al llegar la noche. Muchas personas han vivido décadas de su vida así sin caer en el alcoholismo. Utilizamos el alcohol como un instrumento de relación social. Cuando salimos con los amigos o vamos de marcha tendemos a beber. Todo esto ha creado la figura del bebedor habitual.

Pero el alcohol también genera dependencia en el cuerpo. El adicto necesita terminar el día con la ingesta de una determinada cantidad: 25, 30, 40 gramos de alcohol, que se traduce en un número determinado de tercios de cerveza o de chupitos de whisky. Si no bebe siente ansiedad, su cuerpo se lo demanda. Es lo que le ocurre a los fumadores si no fuman 30 o 40 cigarrillos diarios o a los adictos a la cocaína si no esnifan medio gramo. Cuando una persona adicta al alcohol detiene abruptamente su consumo, sufre síndrome de abstinencia. Un cuadro clínico que se caracteriza por palpitaciones, espasmos, sudoración, alucinaciones y delirium tremens.

Un bebedor habitual es alguien que consume alcohol con mucha frecuencia y puede interrumpir el consumo cuando quiera. Puede pasar periodos de abstinencia sin que el cuerpo se lo recrimine. Lógicamente, la ingesta acumulada de alcohol pasa factura a su salud con el tiempo. Es normal que por la práctica asocie determinados momentos del día con el alcohol, pero no tiene una dependencia física.

El alcohólico, por su parte, ha rebasado ese umbral. Es un enfermo. No tiene capacidad para interrumpir el consumo. Él no controla la bebida, la bebida le controla a él. Con frecuencia, sobrepasa los patrones sociales de consumo y necesita excusarse en razones para continuar bebiendo: desconectar del trabajo, enfrentar problemas graves, falta de seguridad, etc. Beber le evade, no le permite enfrentarse a ellos, los problemas siguen existiendo y tienden a agravarse. Al final funcionan como una justificación mental.

Existe una delgada línea entre el bebedor habitual y el alcohólico. No hay una cantidad determinada de alcohol en el que se pueda determinar que a partir de ahí se es alcohólico. Depende del metabolismo de cada persona y de los años que lleva bebiendo. La pérdida de control sobre la bebida es el indicador del comienzo de la dependencia. Por ejemplo, estar bebiendo sin parar durante 3 o 4 días seguidos. Pasado un tiempo, con eso no es suficiente y el tiempo se amplía. En la mayoría de los casos, el alcohólico no es consciente de su enfermedad. Está convencido de que puede controlar la bebida. No es cierto, tiene que sufrir un acontecimiento extraordinario como un internamiento hospitalario por un incidente de salud para que se plante el alcohol como un problema. Llegado ese momento necesita ayuda para dejar su adicción.

Salir del alcohol.

El alcoholismo, como la adicción a las otras drogas, es una enfermedad y necesita asistencia profesional. Centros de desintoxicación, terapias grupales o asistencia psicológica son medios necesarios. En la revista profesional «Psicología y mente» enumeran 15 tips para dejar de beber.

En primer lugar, el alcohólico debe reconocer que tiene un problema. Debe comunicar a sus familiares y amigos su deseo de dejar la bebida, establecer un compromiso público. Para abandonar el alcohol, dotarse de un entorno de apoyo es clave, como lo es la sinceridad y honestidad del enfermo. Requiere apoyo profesional, ellos se encargarán de acompañarle en el proceso y darle respaldo, le proporcionarán herramientas para recuperar la autonomía perdida, pero es él quién decide mantenerse sobrio.

Es importante identificar las razones que le llevaron a beber, cambiar de ambiente, que empiece a relacionarse con otras personas y de otro modo. Que mantenga su casa limpia de alcohol, para no caer en la tentación y mantener en todo momento la cabeza ocupada.

En algunos centros, introducen a los alcohólicos en rehabilitación en una práctica colectiva y les otorgan responsabilidades. Durante mucho tiempo, la adicción le ha servido de vía de escape para huir de ellas, se ha metido en un bucle cuyo centro era saciar su dependencia apartándose de los demás. El alcoholismo es una enfermedad solitaria, aunque se tenga compañeros temporales de borrachera. Este tipo de terapia le vuelve a introducir en un grupo, le hace responsable de sí mismo y, en cierto modo, de los demás.

Una vez terminada la terapia, el ex adicto debe ser consciente de que el alcoholismo es una enfermedad latente. Aunque ya no beba sigue ahí. Debe redoblar los esfuerzos para evitar recaer. Mantenerse alerta sin bajar la guardia y su fuerza de voluntad serán sus armas durante el resto de su vida.

La fuerte presencia del alcohol en la sociedad, en todos los momentos del día, y su papel como un elemento socializador han creado un ámbito de tolerancia que oculta los casos de dependencia. La amplia permisibilidad, que contrasta con la intolerancia con el resto de las drogas, esconde una de las drogas más devastadoras que existen.

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