Cuando pensamos en la pandemia, muchas imágenes nos vienen a la mente: el confinamiento, el silencio y la soledad de las calles, los ruidos de los vecinos y de nuestra propia casa, los días y días sin salir de casa, los retos a los que todos nos apuntamos, los aplausos a las 20:00 horas todos los días, las interminables tardes de películas, los entrenamientos en el salón, el teletrabajo, las dificultades para mantener a los niños entretenidos y que no perdieran su rutina de clases, sueño y comida… También, aunque un poco más de lejos, las noticias sobre los hospitales colapsados, las imágenes de enfermos de coronavirus respirando artificialmente y las ingentes cantidades de nuevos infectados y muertos que nos bombardeaban cada día, por poner algunos ejemplos.
Toda la presión y la incertidumbre vivida los últimos 20 meses han cambiado nuestras vidas para siempre. El miedo sigue, aunque es verdad que a niveles más reducidos. Las restricciones propias o ajenas también están vigentes todavía y nuestras formas de relacionarnos ya no serán las mismas: ahora seleccionamos mucho con quién quedamos, ya que una mala elección podría acarrearnos un contagio; evitamos las fiestas masificadas; intentamos no organizar grandes fiestas y seleccionamos los viajes en función de la incidencia acumulada de contagios de covid-19 de los países a los que queremos viajar.
Todo esto no está saliendo gratis, ya que muchas personas no han podido adaptarse a la nueva normalidad ni han podido superar los duros meses que todos hemos pasado y a las consultas médicas están llegando muchos pacientes aquejados de enfermedades mentales. Pero los pacientes no son los únicos, ya que la pandemia también está pasando factura a muchos médicos. El colectivo sanitario habla de una nueva epidemia: la de la salud mental.
Las principales enfermedades mentales que se están diagnosticando son ansiedad y depresión y, además, los médicos alertan de que los casos han duplicado a los observados el año anterior a la pandemia. Todo esto, además, está relacionado con las dificultades vividas durante la pandemia, tales como el propio confinamiento, la dureza de no poder quedar con amigos y familiares, la soledad en la que mucha gente ha pasado el confinamiento, las restricciones impuestas por los gobiernos y la incertidumbre de no saber cuándo desaparecerá el coronavirus, si volveremos a sufrir un confinamiento y si seremos nosotros mismos los que acabaremos contagiados y, por ende, contagiando también a nuestros seres queridos.
Pero más allá de los problemas mentales derivados por la pandemia, el personal sanitario destaca también que hay elementos que no solo han prevenido los contagios, sino también la aparición de enfermedades mentales al aportar no solo protección, sino también seguridad y confianza. Se trata de las mascarillas quirúrgicas y las FFP2, los geles hidroalcohólicos, los aerosoles desinfectantes y tantos otros elementos preventivos que se han comercializado. Y aunque al inicio de la pandemia escaseaban estos productos, la demanda ha podido ser ampliamente cubierta gracias a que empresa como Chiwawap han adaptado su producción a la elaboración y comercialización de estos elementos.
Las otras muertes de la pandemia
Con la llegada del coronavirus y los escalofriantes datos sobre las muertes diarias de personas que morían padeciendo esta enfermedad, nos olvidamos un poco del resto de enfermedades. Y la realidad es que el 2020 cerró con récords históricos en muchas enfermedades cotidianas. Esto, además, agravado por la incapacidad de acudir a un centro médico con un especialista, de tener así un diagnóstico temprano o de realizar una operación de mayor o menor urgencia.
En concreto, 23 causas de defunción diferentes alcanzaron máximos históricos de los últimos 40 años. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 se produjeron 75.073 muertes más por todas las causas que en 2019, lo que supone un incremento del 18%. Cierto que es el grueso de esas muertes corresponde a las personas que fallecieron con covid o con sospechas de tener esta enfermedad, pero muchas otras enfermedades aumentaron las cifras habituales. Se trata por ejemplo de las enfermedades hipertensivas, cáncer de páncreas y de mama, diabetes, enfermedades del riñón, suicidios, autolesiones que provocaron la muerte, sobredosis o caídas accidentales. De las enfermedades comentadas, la que más llama la atención es el caso de la diabetes, ya que las defunciones por este motivo en 2020 aumentaron un 20,4%, provocando la muerte de 2.417 personas más que en 2019.
Por otra parte, los motivos de defunción que se redujeron fueron los accidentes de tráficos (que han pasado de 1.842 en 2019 a 1.463 el año pasado), las paradas cardiorrespiratorias (con un descenso de un 8%) y las dolencias respiratorias (donde la mortalidad ha disminuido un 11%).